en los aposentos (Sulpicia)

Me encontraba sentado en la terraza de mis aposentos, se trataba de una terraza interior, la cual daba a uno de los patios del castillo. En su momento elegí mis aposentos por su situación estratégica, me ofrecía vistas tanto al interior de los patios del castillo como a la ciudad. Era sabido que todas mis decisiones llevaban una fría lógica detrás y por supuesto la elección de los aposentos, que me albergarían durante tantos siglos, no había sido una cuestión de azar.

Me acomodé algo mejor en la silla y puse mis brazos en la mesa sobre algunos despachos que había estado ojeando con anterioridad. Mi vista se fijó en la ida y venida de los habitantes del castillo. En aquel lugar el ruido de los comentarios y el caminar era mejor y aun así se notaba la actividad del castillo.

Me acabé por levantar e ir a apoyarme en la vieja barandilla de piedra, mi presencia en aquel lugar no era de extrañar y la mayoría de los Vulturis sabían que pasaba gran parte de mi tiempo en mis habitaciones privadas. Seguramente por ello la mayoría no reparaba ya en mi presencia aunque eran conscientes de que estaba.

Caminé por el pasillo mientras sostenía en mis manos unas 10 rosas sin espinas que Renata había traído de los jardines exteriores. Yo se lo había pedido pues las que tenía en mi aposento ya se estaban descolorando y no me gustaba verlas así.. Y si bien teníamos sirvientes que podrían cambiarlas diariamente, a mi me gustaba hacerlo por mi misma. Solo que no podía ir al exterior, así que Renata solía traérmelas personalmente.

Cuando llegué hacia la mitad miré hacia arriba y supe que Aro estaba en sus aposentos.. Él había hecho construir los míos junto a los suyos, rara vez pasábamos una noche separados, pero era un lindo gesto tener un lugar propio y privado para mi, uno que solo visitaba él, Athenedora, Renata y Jane. Nadie más. Alec y Demetri, solían estar de guardia en el corredor pero jamás habían entrado.

Al subir la mirada imaginaba a Aro en su recinto privado. Suspiré y me dirigí hacia aquel lugar. No era necesario pero igualmente me quede en la puerta observándolo, esperando su permiso para poder ingresar. Y mientras estaba allí no dejé de verlo y olerlo, ansiando estar en sus brazos nuevamente.

A veces resultaba ilógica, la forma en la que tomábamos un lugar como nuestro, después de todo, aquel castillo aquella ciudad los podía sentir como míos y yo, ni siquiera era de ahí, tan solo era un extranjero más. Cerré los ojos y dejé que la brisa acariciase mi rostro, trayendo a mí un sinfín de olores, de los cuales pude reconocer algunos sin dificultad, mas tan solo uno llamó mi atención.

Abrí los ojos y un momento y sonreí reconociendo a la portadora de tal olor, negué levemente con la cabeza. – Podéis pasar – Sabía que aunque estaba retirado de la puerta, no era necesario ni acercarme a ella, ni levantar la voz, para ser escuchado, después de todo esa era una de las muchas ventajas de nuestra condición. – Sabéis que mi muerta siempre está abierta para ti, mi señora – Nunca había acabado de entender el por qué siempre esperaba en mi puerta mi permiso incluso cuando me encontraba a solas. Por norma general solía ofrecer cierta confianza al menos a mí círculo más íntimo, después de todo era consciente de que era mucho más fácil ganar su fidelidad de dicha manera. A veces sabía era una contradicción pues en la mayoría de las ocasiones y con la mayor parte de seres dicha “fidelidad” la conseguía con la fuerza y el miedo que podía infundir mi clan, pero también era consciente que ese no era el método apropiado para actuar, con los seres a en los que debía depositar mi propia seguridad.

Aun así, con ella era distinto, para ella siempre estaba disponible, no era una cuestión política, no era un plan previamente estudiado o un papel representado, sencillamente era uno de los pilares de mi vida, el cual necesitaba a mi lado en todo momento. Si dependiera de mi estaría siempre a mi lado, estuviera haciendo lo que estuviera haciendo, me era indiferente si estaba en una reunión o sencillamente trabajando. La sola presencia de ella me hacía tranquilizarme y poder ver las cosas desde la perspectiva adecuada. Más tan poco la iba a obligar a ser mi sombra, ella tenía cosas que hacer o sencillamente tenía que evitar el aburrimiento que a veces podía ofrecer la eternidad.

Entro caminando de forma lenta y rítmica, como lo haría una novia que se dirige al altar o una gran reina rumbo a su sitio. Mi vestido delicado color rojo sangre era como el terciopelo pero mil veces más liviano, en la parte superior se abría como una flor rebelando mis pechos como si fueran su blanco tesoro, la falda caía como una nube vaporosa ocultando mis pies mientras un pequeña cola se arrastraba como una estela detrás mio. Si bien Athenedora y Renata se habían empeñado en modernizar mi guardarropa, yo adoraba la formalidad y llevar aquellos vestidos de los primeros diseñadores echos especialmente para la realeza, aunque claro, ellos nunca nos habían visto.

Caminé hasta llegar a su lado y sin poder contenerme envolví los brazos acurrucándome contra él. -No quisiera interrumpirte, se que tienes importantes situaciones que atender.- Digo mientras entierro el rostro entre su cuello buscando su olor y su contacto. Renata que me había acompañado en silencio por mi caminata se había quedado en la puerta y tras hacer un ruido con la garganta le sonreí y despedí, y luego volví a acurrucarme en tus brazos. No soportaba estar alejada de él mucho tiempo, pero comprendía que él debía dominar un imperio y que sus obligaciones muchas veces lo llevan a renunciar de tiempo libre. por lo que había aprendido a disfrutarlo tanto como sea posible.

Cuando se acercó, acaricié sus cabellos levemente, siempre me había gustado el tocarlos, pues al hacerlo provocaba que su olor embriagador llegase a mi con más facilidad. Sonreí al escucharla, su sola presencia solía provocar que me olvidara del mundo a mi alrededor, cuando la veía en mi mundo tan solo estaba ella y ella era lo único que importaba. – Tu nunca podrías interrumpir, mi señora* Murmuré suavemente mientras acariciaba su rostro.

Tan absorto estaba en ella que ni siquiera había notado que no había llegado sola. Volví a acariciarla el cabello cuando nos quedemos solos. –Quizás estabais ocupada o quisierais estar con alguien más, no quisiera reteneros de ser así, mi señora. * Aveces, a su lado, me sentía demasiado egoísta, como si solo yo decidiera cuando poder vernos. Sabía que seguramente era sí, después de todo era consciente de que solía estar más ocupado de lo que deseara y que en la mayoría de ocasiones, era difícil acceder a mi pues estaba con demasiadas personas o demasiado absorto en el trabajo. Aun así, era cierto, ella nunca sería mal recibida por mi parte estuviera yo con quien estuviera, además el deseo de tenerla entre mis brazos siempre era superior a cualquier otra necesidad, pues mientras ella estaba en mis brazos, mi mundo y mis necesidades se reducían a ella.

Todos, absolutamente todos se ponían nerviosos en presencia de Aro y no solo por su autoridad sino porque no había nadie que pudiera ocultarle ni el más mínimo pensamiento ni cualquier secreto de su vida. Pero yo estaba totalmente expuesta a él.. y lo único que él podía ver cada vez que tocaba un centímetro de mi piel, era cuanto lo amaba y de lo feliz que era solo en sus brazos. Y había sido así desde el primer momento, desde que me había encontrado siendo una débil humana y me había convertido. Cada vez que me tocaba solo veía amor y adoración y nuestros mejores momentos íntimos.  Y era exactamente en uno de esos momentos en los que estaba pensando en ese momento, más precisamente en la última vez que habíamos estado juntos en su habitación hacía solo dos días pero para mí había pasado mucho y ya lo necesitaba nuevamente.

-No me alejas de nada importante, había pedido a Renata que me buscara un par de rosas para renovar las de mi habitación.. se que podría mandar a los sirvientes amor mio, pero sabes que me gusta ocuparme de esos pequeños detalles yo misma.- Dije sonriendole mientras me acomodaba en sus brazos. Me elevé de puntillas para besarlo suavemente mientras sentía como mi cuerpo lentamente volvía a la vida entre sus brazos. Pues solo me sentía realmente viva cuando estaba  a su lado. Tras un segundo en que duró el beso me deslicé unos centímetros para mirarlo a los ojos. Esos ojos brillantes e hipnóticos color rubí, del mismo tono que los míos. -Si no estas muy ocupado me gustaría que me acompañaras a una caminata hasta nuestros aposentes.. y así hablamos un poco, si te parece bien claro.- Dije sonriendole, aunque claro, él podría ver claramente que estaba intentando apartarlo de sus asuntos para estar los dos a solas un momento. Pensaba en eso y mucho más que podríamos hacer a solas.