Talón de Aquiles [Elizabeth + Khananel]

El lujo está para derrocharse, de lo contrario, se contradice a sí mismo. El lujo no debe medirse, no debe controlarse... está para ser disfrutado y abusar de él sin culpas. Al menos así lo he sabido concebir desde siempre. Siempre que quise algo, lo tuve... siempre que quise conservar, conservé; y siempre que quise desperdiciar, desperdicié. Mi familia me enseñó que no puedo aceptar menos de lo que me corresponde y que tengo el derecho de poseer lo que merezco y hacer con ello lo que me plazca. Esa ha sido mi filosofía de vida... ser una vampiresa caprichosamente seductora era el sello que me definía.

Mis finos gustos habían moldeado hasta mi alimentación. Sólo bebía la sangre de jóvenes vírgenes, esa era la fuente de mi vitalidad. Yo me mantenía joven a expensas de la juventud de tentadoras mortales. Verlas tan libres de pecado, tan puras, era lo que me atraía... Y no sólo bebía hasta la última gota de sangre de sus níveos cuerpos, sino que a veces me bañaba en su sangre sonriendo con cinismo y placer. Me sentía yo misma, me conectaba con la despreciable esencia que me ha caracterizado desde que vine al mundo, hija del incesto, hija del pecado... hija del infierno.

Odio admitir debilidades... no es lo mío; eso sí que me hace sentir inmunda. Durante años y años he contado con una lista inagotable de amantes que me han hecho gozar del culposo pero adictivo placer sexual. El libertinaje había sido el motivo de mi existir hasta que conocí a un ángel caído. Khananel era mi perdición y me detestaba cada vez que debía admitirlo. Lo amaba con tal fuerza que sentía mi pecho y mi helado corazón arder. Lo amaba con locura, en toda su extensión. Era hasta ridículo si me sentaba a pensar lo que él me hacía sentir... porque sí, era su completa culpa. Él era mi punto débil, y aunque lo planeara y lo intentara, no me podía resistir.

Aquella noche las caras sábanas de un lujoso hotel francés, habían conocido tan solo una parte de lo que nuestra pasión podía desatar. La sabana superior, apenas más pálida que mi piel, cubría solamente mi espalda. Me encontraba recostada sobre el pecho de Khananel, dibujándole con mi dedo índice pequeños círculos. -Detesto admitirlo... pero me puedes-, le confesé a pesar de que sabía muy bien cuán consciente era él de ello. Lo penetré con mi mirada y me incorporé lo suficiente como para coger el vaso de whiskey que se encontraba apoyado sobre la mesa de luz y acercármelo provocativamente a la boca; sorbí un poco manteniéndolo en mi boca, y me acerqué a su boca entreabriendo mis labios para pasarle el ambarino y alcohólico néctar que tan vivo le hacía sentir.

Mi mente se encontraba algo perdida en esos momento y de lo único que era realmente consciente es que no sabía muy bien donde me encontraba, solo que a mi alrededor, todo era blanco. Ese blanco que  en ocasiones me reconfortaba y trasmitía esa sensación de bondad, pureza, perfección y en cambio, en otros momentos me agobiaba en sobre manera trasmitiéndome sobre todo la sensación de soledad. Si me paraba a pensarlo era algo ilógico y sin sentido, y tampoco podía decir en esos momentos lo que me trasmitía … pues si el lugar en el que me encontraba era de un blanco inmaculado con sabanas de satén, carecía de importancia en mi mente, tanto como si estuviera en una cueva sobre las frías rocas del suelo.

En mi vida, siempre había echado de menos la libertad y en el fondo añoraba poder ser libre de toda carga. Con el paso de los años, no me cabía duda que había podido hallar esa libertad que tanto había extrañado en mis años de juventud, más en cierta forma, ahora la volvía a esclavizar voluntariamente, ahora que nadie salvo yo mismo me dictaba leyes o normas, yo, sometía mi voluntad por completo y era consciente de ello. Más supongo, que la diferencia era que en esos momentos era yo quien elegía.

Sonreí al escuchar su voz y una vez más baje a la tierra. Mis dedos jugaban con delicadeza enredados con sus cabellos. Podía sentir su piel, esa piel fría, dura y blanca como el mármol de Macael. Decididamente acariciarla era igual que acariciar una fría e inerte estatua y en cambio, a mí me hacía sentir una calidez indescriptible, para mí, tocar aquella fría piel era como tocar el más cálido fuego del propio infierno.

Tomé el whisky de sus labios, sin ser demasiado consciente en esos momentos de su sabor afrutado, aquel licor embriagador a su lado, no lo era apenas, sin lugar a dudas, ella era mucho más embriagadora que cualquiera de los licores. * - No entiendo por qué abrías de detestar admitirlo * susurre en su oído mientras besaba su cuello. A fin de cuentas por muy perdida y vulnerable que se sintiera ella, no podía ser comparable a como me sentía yo, pues algo muy en mi interior me decía que no debía y en cambio, acallaba esa voz en pro de la locura que ella me provocaba y si debía o no debía en esos momentos carecía de importancia.

Sus caricias eran droga para mí; sé que ha de sonar paradójico, pero podían calmar el más ardiente de los fuegos, así tanto como encenderlo. Él sabía cómo hacerlo, y hacía uso y abuso de ello; yo, por mi parte, no ofrecía ni la más mínima resistencia. Khananel era mi adicción, era mi enfermedad y mi cura... lo era todo. Sé que es ridículo que alguien como yo, una condesa que lo puede tener todo, sólo ambicione a un hombre por sobre todas las cosas. Si aquel ángel caído era mi prisión, no tenía la más mínima intención de ser liberada. Era la primera vez que realmente amaba... y ese sentimiento cuestionaba mi propia naturaleza y la desafiaba. Lo imposible se volvía posible y eso era una amenaza de latente peligro. Frente al ángel caído, yo me exponía como si fuera completamente transparente; él podía hacerme y deshacerme a su voluntad... tenía un poder muy grande entre sus manos.

Luego de beber el whiskey de mis labios me habló envolviéndome con su melodiosa voz, tan hipnotizante como él. Erguí un poco más mi torso para terminar de sentarme, permitiendo que la sabana que me cubría descubriera mi desnudes. Él besaba mi cuello llevándome a la locura. -Porque es muy poco propio de mí enamorarme... y sin embargo lo has conseguido. No le des el secreto a nadie, no soportaría enamorarme dos veces-, susurré cerca de su oído rasguñando suavemente a lo largo de su espalda.

Su cuerpo parecía esculpido; si bien no era perfecto, ante mis ojos era mucho más atractivo que la  armónica escultura de El David. Volví a recostarme cediendo poco a poco hasta apoyar mi espalda sobre las suaves sábanas de satén. Lo llevé conmigo, claramente era mi intención la de sentir su peso sobre mi cuerpo, sus músculo contra mi piel. Cerré mis ojos volviéndome toda sensación. -¿Tienes hambre?-, le pregunté con intención ambigua mirando sus oscuros ojos... es profunda mirada que podía transportarme a donde él se le antojara.

Sabía que en algún momento saldría perdiendo... Por primera vez en mi vida tenía miedo. Tenía miedo a perderlo... No me importaba quedarme sola... siempre podría tener a quien querría, recurso al cual había apelado a lo largo de mi longeva vida; sin embargo, no quería quedarme sin Khananel.